Un cristiano sin oración es una contradicción en términos. Así como un niño que nace y no respira es un niño muerto, un creyente que profesa no orar está desprovisto de vida espiritual. La oración es el aliento de la nueva naturaleza en el santo, como la Palabra de Dios es su alimento. Cuando el Señor quiso asegurar al discípulo de Damasco que Saulo de Tarso se había convertido verdaderamente, le dijo: "He aquí que ora." (Hechos 9:11). En muchas ocasiones aquel fariseo santurrón había doblado sus rodillas ante Dios y realizado sus "devociones", pero ésta era la primera vez que realmente oraba. Esta importante distinción necesita ser enfatizada en este día de falsas apariencias. (2 Timoteo 3:5). Los que se contentan con hablar de Dios sin tener una vida de oración no lo conocen; porque "el espíritu de gracia y de oración" (Zacarias 12:10) nunca se separan. Dios no tiene hijos mudos en su familia regenerada: "¿No vengará Dios a sus elegidos, que claman a él día y noche?" (Lucas 18:7). Sí, "claman" a Él, no simplemente "rezan" sus oraciones.