LA PROPUESTA ASESINA DE HAMÁN
Ester 3:8-9. Y dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y disperso entre los pueblos en todas las provincias de tu reino; y sus leyes son diferentes de las de todos los pueblos, y no guardan las leyes del rey; por tanto, no conviene al rey sufrirlos. Si place al rey, que se escriba que sean destruidos.
La venganza es cruel, pero nunca más cruel que cuando se basa en un orgullo mortificado. En el pasaje que tenemos ante nosotros, se lleva a un extremo casi increíble. Amán ocupaba el más alto puesto de honor, junto a la familia real, en el imperio asirio. Todos los súbditos del reino se inclinaban ante él. Pero había un hombre pobre, un tal Mardoqueo, que se sentaba a la puerta del rey y, por consiguiente, pasaba a menudo por delante de Amán, quien se negaba a rendirle este homenaje. Ante esta negligencia, Amán se sintió gravemente ofendido. Lo consideró un insulto insufrible, que sólo podía ser expiado con la muerte del ofensor. Averiguando los hábitos y conexiones de Mardoqueo, Amán descubrió que era judío: y, concibiendo probablemente que este espíritu despectivo invadía a toda la nación, y considerando un asunto de poca importancia sacrificar la vida de un solo individuo, determinó, si era posible, destruir a toda la nación de una vez; y, en consecuencia, hizo esta propuesta al rey Asuero, comprometiéndose con sus propios recursos a compensar al tesoro del rey cualquier pérdida que pudiera producirse en los ingresos por la medida propuesta.
Ahora bien, esta propuesta, que a primera vista parece tan extraordinaria, trataré de exponerla ante vosotros,
I. Lo común que es.
En todas las épocas del mundo, el pueblo de Dios ha sido odiado por las mismas razones que aquí se exponen.